La vida de Pi (2012), Ang Lee
De entrada, La vida de Pi supone una muestra de valentía
por parte del curtido y versátil realizador taiwanés Ang Lee. Porque adaptar
una obra literaria al cine siempre resulta una tarea difícil. A menudo la
adaptación suele ser inferior al original en la percepción de un espectador que
al leer la historia ya la ha escenificado en su cabeza. Y en el caso de la obra
homónima de Yann Martel se le suma la dificultad de tratarse de un cuento lleno
de simbolismos y momentos oníricos.
La
vida de Pi cuenta como un escritor con falta de ideas conoce
por recomendación a Pi Patel, un hindú afincado en Canadá. Alguien quién
supuestamente tiene una historia increíble que contar. Desde pequeño, la vida
de Pi fue extraordinaria. Sus padres tuvieron la estúpida idea de llamarle
Piscine por una piscina francesa. Ante las burlas de sus compañeros del
colegio, él mismo prefirió acotar su nombre a Pi, utilizando el símil
matemático. Pero lo más trágico y extraordinario ocurrió más tarde, cuando sus
padres decidieron emigrar en barco llevando consigo a los animales del
zoológico que regentaban, para venderlos en puerto nuevo. Durante una violenta
tormenta, la embarcación naufragó y Pi fue el único superviviente. Como una
especie de Noé en su Arca, el joven hindú se vio en un bote a la deriva con unos
pocos víveres y la compañía de una cebra, un orangután, una hiena y un tigre.
Viviendo aventuras como la del relato de San Brandán el navegante, cuando se
topa con una extraña isla en medio del océano. Nada menos que nuestra conocida
San Borondón, quizá un tanto distinta a como nos la imaginamos.
Bueno, pues si no resulta nada fácil poner en escena los elementos oníricos de un cuento, curiosamente es lo que mejor hace Ang Lee en su película. Toda esa fantasía que supone la espectacularidad de la naturaleza queda plasmada con una belleza abrumadora. Sin embargo, ese viaje vital emprendido por una especie del Siddhartha de Hesse, acaba pareciéndose más a un personaje de Coelho. El discurso se asemeja demasiado a un relato de autoayuda y en ocasiones acaba siendo redundante, sobre todo en el plano religioso, desde luego muy cuestionable. Lo cual se ve reflejado principalmente en los primeros 45 minutos de película, en los que se acaba pidiendo a gritos que comience la acción. Desde ese momento, el 3D pasa de ocupar un plano discreto y casi molesto, a ponerse al servicio de la fantasía. Porque Ang Lee saca todo su repertorio y asombra en su simbología, emoción y espectacularidad. Pero ojo, eso no quita que en alguna ocasión se haya acercado peligrosamente a la cursilería.
Bueno, pues si no resulta nada fácil poner en escena los elementos oníricos de un cuento, curiosamente es lo que mejor hace Ang Lee en su película. Toda esa fantasía que supone la espectacularidad de la naturaleza queda plasmada con una belleza abrumadora. Sin embargo, ese viaje vital emprendido por una especie del Siddhartha de Hesse, acaba pareciéndose más a un personaje de Coelho. El discurso se asemeja demasiado a un relato de autoayuda y en ocasiones acaba siendo redundante, sobre todo en el plano religioso, desde luego muy cuestionable. Lo cual se ve reflejado principalmente en los primeros 45 minutos de película, en los que se acaba pidiendo a gritos que comience la acción. Desde ese momento, el 3D pasa de ocupar un plano discreto y casi molesto, a ponerse al servicio de la fantasía. Porque Ang Lee saca todo su repertorio y asombra en su simbología, emoción y espectacularidad. Pero ojo, eso no quita que en alguna ocasión se haya acercado peligrosamente a la cursilería.
Porque La vida de Pi es una película emotiva y
espectacular, digna de presumir de notables hallazgos visuales, pero no logra
esconder cierto tufo a filosofía barata.